¿Alguna vez han tenido problemas con sus parejas por culpa
del amigo o la amiga “incómodos”? Bueno, no se sientan solos. Esto ocurre con
demasiada frecuencia en muchos casos, no es que esté bien, ni que sea lo
indicado, solo ocurre y debemos aprender a tomarlo de la mejor manera sin la
urgente necesidad de crear un escándalo o cometer el error de generar un
conflicto. En lo personal, me ha tomado mucho tiempo aprender este concepto tan
simple.
Bueno, el
día de ayer una de mis mejores amigas publicó en mi Facebook un vídeo en el
cual celebrábamos diez años de amistad en dicha red social. Agregando a su
comentario que en realidad eran tres años más, puesto que nos conocemos desde
el bachillerato. Les ayudo a hacer cuentas, estoy cerca de cumplir los 29, a
menos de medio año de hecho. Y mientras platicábamos en el transcurso de la
tarde, bromeábamos un poco acerca de ciertos temas bastante tópicos,
burlándonos de algunas anécdotas del pasado.
En algún
momento de aquella breve conversación, salieron al tema las ilusiones que
teníamos cuando apenas íbamos a cumplir dieciocho años, los sueños que
planteábamos en aquél entonces y las enormes ilusiones que teníamos respecto del
amor. Ahora tomamos esos temas para burlarnos de nuestra realidad. No es un
discurso fatalista, simplemente hemos aprendido a ver la vida con distintos
ojos y de forma diferente a la visión idealista de aquellos años. Hemos
madurado. O al menos eso suponemos.
Siendo
francos, no somos unos doctos en el tema de la madurez; las veces que hablamos
seguimos sacando temas tan chuscos como aquellos días, evocando tal vez a la
nostalgia o quizás porque nuestra amistad es así: llena de historias
divertidas, con absurdos al momento de contarlas y la enorme intención de
reírnos todo el tiempo. Sin embargo, no somos los mismos de hace diez años,
bendito Dios.
Estos
últimos años, que han pasado como un aparente suspiro, nos han dejado una
colección de anécdotas y recuerdos. También una colección de cicatrices que
hemos compartido el uno con el otro.
Hemos pasado por rupturas, noviazgos, ilusiones, trabajos, asensos,
emprendimientos, maternidad, soltería… Y todo aquello lo hemos vivido a la
distancia, puesto que ella lleva varios años viviendo en otro estado. A veces
nos gusta recordar los buenos tiempos, donde nuestra mayor preocupación era
aprobar una materia o resolver los problemas con nuestra pareja en turno… Ahora
nuestras prioridades han cambiado, en algunas ocasiones de súbito, pero
seguimos compartiendo ese cumulo de experiencias para mantenernos al día, darnos
un consejo y a la larga, burlarnos de aquello que en algún momento fue herida.
Sí, el bullying entre amigos es real y mucho más frecuente de lo que nos
gustaría reconocer.
Les cuento una
de mis anécdotas favoritas con ella.
Este es el
preámbulo: Cuando íbamos en el último año del bachillerato, a punto de elegir
nuestros futuros universitarios tuve una novia, la cual no le caía nada bien a
mi amiga. Entonces cuando salíamos al cambio de clases nos quedábamos algunas
veces platicando sobre cualquier tema en el pasillo, afuera del aula. Si mi
amiga veía venir a esta persona de su salón hacia el nuestro, de la nada
empezaba a abrazarme. Y sí, correspondía su abrazo. De haber estado de moda en
aquellos años seguramente alguien hubiera editado algún vídeo con la estrofa que
dice: “Ese compa ya está muerto…”.
Acto seguido
la novia en cuestión se enojaba, hacía entripados y obviamente se molestaba
conmigo… Cuando le contaba al día siguiente a mi amiga que había discutido con
esta persona, ella se desternillaba de la risa, con la misma alegría que un
niño cuando realiza una travesura según sus planes. Al final se excusaba con la
única realidad existente: “Dile que no friegue, solo somos amigos.”
¿Cuál es mi
parte favorita de la anécdota?
Pasados
algunos meses y antes de que concluyera el curso escolar, ella empezó a andar
con uno de mis mejores amigos. Sí, yo era el mediador en sus broncas… Cuando
discutían, hablaba con ambos, conocía sus versiones respectivas de la historia
e intentaba conseguir que hablaran… siempre se contentaban, pero creo que le
agarraron cierto gusto a que un alguien
más, es decir yo, interviniera para hacer que se reconciliaran. Bueno, un día
llega muy molesta y me dice: “¡Tú sabías
y no me dijiste nada! Pensé que éramos amigos.” (Sí, con ese fatalismo de
la juventud.)
Los vuelvo
a poner en contexto. Resulta ser que, aparentemente, una compañera nuestra
había sido la pretensión amorosa de mi amigo en algún momento, que por aquellas
cosas del destino nunca llegó a concretarse. Después de alguna actividad,
trabajo, o sabrá Dios que había ocurrido aquél día, mi amigo acompañó a esta
chica a su casa y como siempre pasa en estos casos, alguien los vio, ese
alguien le comento a otro más creando una cadena de rumores que se expandió
hasta detalles que nunca ocurrieron, pero que llegaron a oídos de mi amiga.
-“Pensé que éramos amigos.” - Volvió a
repetir.
-“Lo somos.” – respondí. – “Pero dime ¿Qué pasó?” – por lo menos
para saber que responder, pensé.
-“¡Eres un cabrón y él más! ¿Pero tú por qué
le andas tapando sus fregaderas?”
Más
contexto. El día de dicha actividad, trabajo o lo que haya sido, mi amigo y yo
íbamos juntos, por ende nos regresaríamos juntos, porque además vivíamos a
pocas calles de distancia. De último momento él me dijo que se regresaba en
camión a su casa, no pregunté más, no tenía por qué hacerlo. Obviamente dejé
que se fuera por su lado.
-“Tú sabes que se fue con esa chica” – No
dijo chica. – “¡Y no me dijiste nada!”
– Recomendación: Agreguen tono molesto, melodramático.
-“Yo no sé a dónde fue.” – Y era la
verdad. (¿O sí sabía? La verdad es que no me acuerdo muy bien de aquel pequeño
detalle…) – “¿Qué pasó?” – Insistí. – “Cuéntame bien el chisme”, pensé.
-“Pues me dijeron que estaba en casa de esta
fulana.” – No dijo fulana. – “Y según
los vieron besándose.”
Horas más
tarde vi a mi amigo. Y al igual que con ella, nunca nos hemos guardado ningún
secreto, entonces sin temor a la mentira y sabedor de que me contaría como
habían ocurrido las cosas, le pregunté abiertamente sabiendo de sobra la
respuesta. Y en efecto acerté, no lo había hecho… Aun así él tenía una bronca
que no sabía cómo solucionar. Lo ayudé, en parte, con una frase que tenía
tiempo queriendo ocupar aunque fuera de forma indirecta.
-“Bueno… ¿y quién te lo dijo?” – pregunté.
Lo cierto es que no recuerdo su respuesta en aquel momento, seguimos platicando
por largo rato, hasta que se percató que en efecto no tenía nada que ver con
aquel dichoso cuerno que nunca ocurrió. Después de que la molestia se le
pasara, quedamos en hablar los días siguientes.
El fin de
semana dio paso al lunes, nos volvimos a ver. Le pregunté qué había pasado y me
respondió. “Te pasas.” Con una
sonrisa maliciosa y una mirada inquisitiva. “¿Por
qué?” respondí. En resumen, ellos habían solucionado su problema, ella le
creyó cuando él le dijo que no la había besado (amén que dicho amigo es muy mal
mentiroso.) y estaban de maravilla… felices como lombrices.
-“Solo hay una cosita…” – dijo mirándome
fijamente.
-“¿Qué cosita?” – pregunté sonriendo. En
aquél momento confirme sus sospechas.
-“Después de discutir y aclarar las cosas
recordé algo que me dijo a mitad de la conversación, cuando le reproché porque
había acompañado a esta chica hasta su casa.” – me miró sonriendo. –“¿Sabes qué me respondió el muy canijo?”
-“Ni idea amiga…” - Mentí.
-“Me dijo: Pues sí, sí la acompañé… pero ¿Qué
tiene de malo? No la friegues… Solo
somos amigos…” – “¡Tómala!” Pensé,
al tiempo que ella me echaba una mirada de odio mal disimulado. – Y esas palabras solo pudieron venir de
alguien.
-¿Ah sí? ¿Y de quién?
-¡Pues de ti mendigo! – dijo al tiempo
que me daba un puñetazo en el brazo, muriéndonos de risa al mismo tiempo. Mi
deuda estaba saldada.
Tenemos
muchas anécdotas como esta, por ejemplo… Ella tiene una muy buena sobre mí con
una canción que se llama “Spanish Girl”,
tiene que ver con nuestra fiesta de salida de la escuela y cada vez que
hablamos, cuando no hay un tema de urgencia sobre la mesa, saca a colación
aquella situación. Se las contaría… pero ella la narra mejor.
¿Qué pasó
con el tiempo? Ellos terminaron y cada quien hizo su vida, como ocurre en estos
casos. Afortunadamente mantengo el contacto con ambos. ¿Qué no ha cambiado? La
amistad y la confianza que tengo hacia ellos. Seguimos siendo los mismos niños,
solo que con unos años de más y con un poco más de más experiencia y
responsabilidades que antes. La vida ha pasado tan rápido que es en momentos
como estos, recordando las peripecias de los años escolares, cuando se aprecian
las experiencias que nos ha brindado la vida hasta ahora. Y no me queda ninguna
duda. Recordar, es volver a vivir.
Postdata: Nunca les contaré la anécdota de
Spanish Girl...
Aviso: Los nombres han sido omitidos para
preservar el anonimato de los involucrados, la historia es verídica, así que
cualquier parecido con la realidad, no es ninguna coincidencia.